Perdí la cuenta de cuántos personajes condené. Y no porque les haya dado muerte en escenas, como correspondería según el caso, sino porque murieron antes de ver la luz. Los trazos difusos de un personaje al que miraba más con prejuicios que con amor, me hacía rápidamente aplastar con fuerza y sin pensar la letra delete, para terminar de desaparecer al pobre ser apalabrado que no logró convencerme.
Y así pasaron Rosas, Guidos, Juanes, Alicias, Antonios, Tomases, Pedros, Javieras, Beatrices, Rafaeles y demás nombres que fueron licuados en el limbo del olvido. Siempre tuve la esperanza de que en ese licuado, surgiera un mutante fuerte con un nombre enérgico que se levantara para abandonar ese oráculo sin gravedad y emerger con fuerza a mi conciencia. Alguno que otro pasó la prueba, sin embargo, hay noches en las que me parece escuchar su clamor, su pedido de auxilio, la súplica por existir, así sea en forma de personaje efímero. A veces tomo valor y agudizo el oído. Luego escribo, vacilo, doy unos cuantos trazos, se desvanece. Otra noche será.
Mejor leo un capítulo de Rayuela.