Una luz rosa los envolvió en esa cama de pasto y de sábanas de trigo. Un dulce olor de lavanda salían de sus respiraciones agitadas. El contacto piel con piel provocaba leves chasquidos violetas mientras sus latidos, al inicio asincopados, se armonizaron en una sola melodía, una canción milenaria mantrada una y otra vez por los enamorados de la luna y sus cometas. Los amantes en la cama de pasto reproducían con sus abrazos, la llegada del alba en una playa sureña de verano.