Los fotogramas me agobian, me acusan, me encadenan, me atan… Son pequeños fragmentos de vidas, de personas, de frases que quedan capturados y que al ser montados uno tras otro provocan conmoción, decepción o apenas un leve suspiro de nostalgia.
Tengo fotogramas que no he resuelto, que no he mirado de frente, que devanean entre las memorias virtuales dispersas en mi mesa de trabajo. Esperan, inclementes al tiempo, un destino, una posteridad. Y yo estoy ahí frente a ellos, cual creador impotente, sin darles un destino o sin dejarles forjar su propio camino. Esta noche me asaltaron unos fotogramas rebeldes. Me han removido todo, me han dejado en lágrimas recordando lo mucho que costó encuadrarlos. Me he conflictuado, me he reconstruido en fracción de segundos. El tiempo en el cine es sólo subjetivo. No hay pasado, no hay futuro, no hay años. Solo un ahora eterno que no responde a las leyes naturales. Mis fotogramas viven conmigo hace mucho tiempo, pero nacen y renacen ante mis ojos, como también también lo harán ante tus ojos. Los personajes vivirán, se odiarán, llorarán y morirán una y otra vez con el reverse o con el rewind. Los escenarios pasarán de azules a grises, de amarillos a violetas. Las melodías se perderán en el ocaso de la mente. El tiempo habrá perdido su batalla. La ficción contenida en los fotogramas danzará sobre él. Desafiará todo principio, toda posesión…
Sin embargo, necesito un poco de tiempo para darle posteridad a estos fotogramas… Sólo un poco más, para luego burlarme de él y dejar que la ficción se magnifique y viva a su ritmo entre adrenalina y cadencias ralentizadas.