13 de julio de 2014 será un día para recordar. Dos grandes del fútbol se enfrentaron a muerte por la victoria de la Copa Mundial. Lograron vencer a selecciones valiosas y finalmente el domingo 13 en un Maracanã colmado por argentinos y alemanes, se llegaba a un duelo encarnizado.
Ambos equipos sabían que no sería un partido fácil. Sin embargo, desde acá, el sur del continente, se vivía una verdadera fiesta. El domingo a la mañana Buenos Aires lucía inundada de celeste y blanco, en el ambiente se respiraba la victoria. El porteño y los foráneos sonreían, se abrazaban, se miraban a los ojos y caminaban con paso seguro. Un clima radiante tenía al sol como aliado argentino. Era muy fácil impregnarse de esa alegría. Invadido por la euforia vestí también la camiseta de la selección argentina. No seré argento, pero vivo acá, amo este país y el fútbol tiene ese raro encanto de unir a las personas (a veces también de separarlas).