Hay momentos en los que prefiero callar, escuchar a quien sabe más que yoy a quien cree tener la razón sobre algo… Me reconfortará nutrirme al dejar que el alma del otro desahogue su fuero interior…
Hay momentos en los que elijo hablar, teniendo la certeza de que mis palabras serán bienvenidas para seres que necesitan escuchar una opinión o que buscan despertar una fibra de su corazón más allá de lo que la vida soft les pueda dar.
Hay momentos en los que siento que es hora de escribir, de sentarme un instante, aislarme del mundo y reconstruir una realidad para llevarla a la ficción… Hacer poesía con las palabras como una forma de salvarme y de salvar a quienes me quieren cuerdo…
Hay momentos en los que prefiero reír, como si intentara escapar a la formalidad autoimpuesta que muchas veces rige mi día a día. Una sonrisa abre mundos, me permite conocer realidades y también penurias disfrazadas…
Hay momentos en los que decido llorar, sabiendo que me vuelvo vulnerable ante ojos de otros. A veces prefiero un bossa nova de fondo, a alguna melodía de habla portuguesa que me ponga en sincronía con las notas de mi propio universo…
Hay momentos en los que quisiera tener atrofiada la región cerebral que regula las emociones, para de esa manera no tener que sentir amor, pena, dolor, ni sentimiento por nada ni por nadie. La indolencia no es mi naturaleza y a veces se convierte en un estigma el querer dejar que el alma hable cuando le plazca… Entonces opto por respirar profundo, mirarme en un escenario donde mis compañeros son actores e improviso un diálogo frío que me ayude a templar los huesos, para recobrar el aliento y seguir adelante con la obra.