La espera se hace cada vez más larga y el frío reinante amenaza con triturarle los huesos. Está ahí, impertérrita, acompañada únicamente por los graznidos de aves vespertinas y un cielo gris que se ha propuesto oscurecer los colores del bosque. Ansiosa, Luana aspira encontrar la razón que le dé un sentido a su vida. Aunque está cansada de tanto esperar y desea irse, sabe que no tiene otra alternativa. Esa espera es su vida misma…
A momentos la desesperación la embarga y ahora ha comenzado a plantearse la idea de que estar ahí no es la mejor alternativa. Nerviosa, con las manos moradas por el frío, emprende su camino de salida del bosque. Sólo podía escuchar ahora sus propias pisadas sobre las hojas amarillas y marchitas del suelo. Como si supiera que un peligro la acechaba, Luana acelera el paso y su corazón empieza a latir con más prisa. Sin entender el porqué, empezó a recordar los hechos más importantes de su vida, desde sus momentos más felices de infancia hasta los más apasionados de su adolescencia pasada. Luana no entendía lo que pasaba pero tenía la certeza de que algo no estaba bien y quizás era ya muy tarde para volver atrás. Sin embargo, siguió caminando con paso acelerado hasta que por fin pudo salir de aquel bosque terrible, el lugar que había sido escenario de sus primeras experiencias de amor y que ahora se había convertido en el lugar más tétrico de la tierra.
Mientras recuperaba el aire y recobraba la calma que había perdido al esperar durante tanto tiempo en ese bosque del olvido, Luana se encuentra con la presencia impávida de Renata, quien la observa fijamente a los ojos sin decirle ni una sola palabra. Luana, de hecho, no necesitaba escuchar la voz de Renata. Sus ojos le estaban diciendo todo aquello que no podría decirle a través de las palabras. Ya no había marcha atrás. El Destino se había terminado de escribir. El final estaba cerca…
A momentos la desesperación la embarga y ahora ha comenzado a plantearse la idea de que estar ahí no es la mejor alternativa. Nerviosa, con las manos moradas por el frío, emprende su camino de salida del bosque. Sólo podía escuchar ahora sus propias pisadas sobre las hojas amarillas y marchitas del suelo. Como si supiera que un peligro la acechaba, Luana acelera el paso y su corazón empieza a latir con más prisa. Sin entender el porqué, empezó a recordar los hechos más importantes de su vida, desde sus momentos más felices de infancia hasta los más apasionados de su adolescencia pasada. Luana no entendía lo que pasaba pero tenía la certeza de que algo no estaba bien y quizás era ya muy tarde para volver atrás. Sin embargo, siguió caminando con paso acelerado hasta que por fin pudo salir de aquel bosque terrible, el lugar que había sido escenario de sus primeras experiencias de amor y que ahora se había convertido en el lugar más tétrico de la tierra.
Mientras recuperaba el aire y recobraba la calma que había perdido al esperar durante tanto tiempo en ese bosque del olvido, Luana se encuentra con la presencia impávida de Renata, quien la observa fijamente a los ojos sin decirle ni una sola palabra. Luana, de hecho, no necesitaba escuchar la voz de Renata. Sus ojos le estaban diciendo todo aquello que no podría decirle a través de las palabras. Ya no había marcha atrás. El Destino se había terminado de escribir. El final estaba cerca…