Hay tantas cosas que me gustaría escribir. Debo sacar del baúl de mis recuerdos todo aquello que me ha conmovido, alguna palabra, mirada, acción. Es así que se surge una mujer llamada Joaquina, con la cual aprendí tanto y me dio muchas lecciones que jamás aprenderé con otras. Dejó una huella imborrable que ni el tiempo me permitirá olvidar. Tiene defectos, es terca, dual, prepotente a veces pero ella encierra una extraña dulzura, propia de su naturaleza femenina. Se jacta de ser diferente pero es más común de lo que se imagina. Aquella arrogancia que me fascina y me confunde, es sólo un disfraz que usa para no ser esclava de las críticas que le hacen. Tan bella, tan altiva, conversar con Joaquina puede ser todo un deleite pero también un verdadero infierno. Feminista al ciento por ciento, busca siempre aplacar a los hombres haciendo gala de sus amplios conocimientos. Pero nunca caí en su trampa; le demostré que no soy como todos los otros que ha conocido. Al comienzo se resistió a creerlo, pero luego nos arrastramos por esa energía que nos unía incluso desde antes que nos conociéramos. Sabíamos que aquello no podía ser, pero era imposible evitarlo. Conocí su lado sensible, el que muy pocos conocen. Comprendí lo sola que debe sentirse amando un trabajo que es muy poco rentable en Ecuador. Sin embargo, nunca se dejó llevar por lo establecido por una sociedad nada abierta a los avances tecnológicos. Luchó por abrirse espacio y dejando una brecha para que los que aman el séptimo arte, puedan surgir y darle otra identidad al país que genere fuentes de trabajo.
Cada clase con ella era toda una experiencia. No podía evitar estar ansioso al saber que dentro de pocas horas la escucharía hablar casi sin pausa por tres horas. La gran mayoría se aburría, odiaban oírla autoalabarse por sus estudios y los temas de cultura general que a veces tocaba alejándose de la materia. Sin embargo, yo me quedaba extasiado escuchándola; es cierto que algunas veces hablaba demás pero yo siempre pasaba con filtro todas sus charlas de clase. Aprendí mucho con ella. Fue dura a momentos, pero asimismo supo reconocer cuando se hicieron buenos proyectos. Quizás en determinado momento llegué a odiarla por algún comentario ofensivo pero un odio que no pasaba de minutos. Inmediatamente ese amor platónico y admiración ocupaban su lugar de costumbre. Joaquina, su imagen sigue clavada en mi mente. Qué duro es saber que se ha ido! Dejó su puesto para alcanzar otros sueños; sueños de los que pretendo algún día ser parte. Se siente un vacío ahora que ya no está, que su voz fuerte, que toda su arrogancia y dulzura típicas no llenarán el aula de clases. Sólo quedan los gratos recuerdos y una promesa de seguir siendo amigos para ayudarse en cualquier circunstancia. Estoy seguro de que pronto la veré. Su partida del aula de clases no es para mí un adiós, es más bien el comienzo de muchos proyectos que haré de la mano de Joaquina. Ahora forma parte de las mujeres de mi vida, de aquellas mujeres luchadoras que habitan en el universo de mi alma.
Gracias por todo lo aprendido, Joaquina!