Agarró su maleta y cerró la puerta sin mirar atrás. Le pesaban más los libros que los años que contabilizaba su cédula de identidad. Fueron años de todas las formas y colores. Grises, azules, rojos, circulares, angostos, gordos. Trató de guardar los que más pudo. Dobló algunos, acostó otros, colocó en diagonal otros tantos. A momentos surgía en su cabeza uno que otro libro que no podía abandonar y en ese juego de sacar y poner, avanzó la tarde.
Con la noche caída ya, dejó algunas memorias sobre el sofá que tantas veces había servido como su colchón y al salir, mientras esperaba un taxi, recordó un libro que no veía hace mucho. Uno editado en el 67, grueso, de pasta blanda, hojas amarillentas y con olor a pretérito. ¿Lo habría perdido? ¿Lo prestó? Recordaba bien cada libro que puso en la maleta y estaba segura que ahí no estaba. Llegó a la amarga conclusión de que su ex lo había secuestrado. A falta de hijos, el chantaje emocional para que volviera sería el libro. Pensó unos segundos si debería regresar para reclamar su custodia o negociar un rescate.
Al final optó por subirse al taxi y enfrentar a su ex en la justicia.